De origen estrusco y conocida también como Etruscum aurum era opinión extendida en Roma. Plutarco se hace eco de una leyenda en la que la valentía de Tarquino, aún muy niño, le valió de su padre una distinción honorífica consistente en una bulla de oro. También Plinio remonta el origen a Tarquinio Prisco, que recompensó a su hijo, aún con la toga praetexta, con una bulla áurea por haber matado a un enemigo.
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Inicialmente la bulla era privilegio de los jóvenes patricios cuyos padres hubieran sido magistrados con distinción curul. Solo después de la Segunda Guerra Púnica se permitió su uso a todos los recién nacidos de origen libre. La bulla era el primer regalo que un padre hacía a su hijo. Era metálica: de oro, la de los hijos, de los patricios; de plata, cobre o bronce, e incluso a veces de cuero, la de los hijos de los plebeyos o de libertos. La gente muy humilde se limitaba a llevar por bulla un nudo en el cinturón.
Servía también para protegerse de las maldiciones y del mal de ojo que, sin duda alguna, les dirigían sus enemigos; e incluso fue usada por los cristianos, tradición que hoy en día aún pervive.
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Su uso, se daba para protegerlos, pues la bula era como una protección exterior, como una burbuja, (de ahí su nombre en latín) con forma redonda, de corazón o de saco que en su interior contenía amuletos y/o diferentes hierbas que tenían poderes curativos y contra el mal de ojo.
Este amuleto se llevaba colgado al cuello como un colgante y se les imponía a los niños nueve días después de haber nacido. El momento de dejar la bula atrás era cuando se tomaba la toga viril a los 16 años.
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En ese momento se llevaba a cabo una ceremonia en la que el niño dejaba su bula en el altar de los lares de su casa. Si el niño llegaba a ostentar altos cargos, podía sacar de nuevo la bula para ceremonias como el nombramiento como general o los desfiles triunfales, para que le protegiera de la envidia de los hombres.
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